Se sienta en el escueto banquillo de la cocina. Puede ser que tuviera alguna espinilla en la frente.
- Uhm...
- ¿Qué?
- He ahogado un gato.
- ¿Eh?
- Sí, de la camada de la romana tetuda.
- ¿De Harry?
- Sí, vaya gata fea.
- Te has pasado.
- Uno menos. Era horrendo. Chillaba como una rata.
- Irónico.
- ¿No me vas a decir nada?
- Nada.
- Joder, encima que lo he hecho por ti; y no me dices nada.
- Nada.
Se recoge el pelo en un moño. La espinilla es aún más visible.
- ¿Crees que Harry se dará cuenta?
- Puede.
Hay un vaso de agua. Lo coge.
- Mira.
Lo derrama sobre el moño.
- Así se ha quedado.
- ¿Nos vamos a dormir?
- Vale.
Durmieron más o menos bien, cada cual con sus sueños. Cada cual con sus propios sueños.
A la mañana siguiente, la de la espinilla no estaba. En la almohada, había un agujero negro y húmedo.
"El moño" recordó.
"¿Habrá caído dentro?"
Igual daba.
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