viernes, 3 de octubre de 2014

Reímos, saltamos

Saltan, saltan, saltan los nidos de aves.
Se mueven, se mueven los juncos
y se introducen
y se quiebran
entre mis pobres piernas.
Pareció como si el sol se odiara
a sí mismo,
la luz fue terrible sospecha
de un amarillo mortecino.
Teníamos magulladuras de reflejarnos
en el agua y
empezó a llover.
Y el suelo se volvió agua
y nosotros nos volvimos agua.
El mundo transformó
una izquierda y derecha,
sólo arriba y abajo;
irisados empujamos el espacio
que nos faltaba.
Para ese entonces,
no había sol, ni luna
o quizá lo estaban en cada ojo.
Juré que jamás vería nada tan hermoso
como no ver lo que debía.
Ignoro qué juraste tú.
Tú y tu extraña vida.