sábado, 19 de diciembre de 2015

La jácara

A zancadas de mi casa, y con gran pesar en la cabeza, c-analizando sobre "esos" temas; me invadiste en la barra preguntando no se qué de un muerto de hambre. Sólo escuché "muerto-de-hambre", entre luces apagadas y rojas, y cervezas rancias y cosas que no comprendo.
A mí también me sonó el estómago cuando encontré sobre tu cara, bajo tu pelo, los ojos radiantes de negro. El horizonte nocturno y despierto bajo la luna indígena de tus pupilas.
Pero la verdad, ni me dí cuenta. Ya dije, las cervezas rancias sofocan las ganas de humanidad que tantas veces nos enseñaron en el cole. Eso, y otras cosas que no comprendo.
Después parece que fuimos a tu casa, que apareció en mi mente como un santuario de vidas inaccesibles a mi humilde condición. No. Realmente tú vivías en un piso, normal, como el de la gente de la calle.
Fue entonces tu maldita cara, tu máscara fatal, lo que advertí como sagrado. Desde el principio. Antes de que me rugiera el estómago. Antes de que me diera cuenta de algo. Casi nunca me entero de lo que ocurre, pero aquello, fue antes de todo.
Tu boca, perfilada como la de las mujeres romanas, recogía la mueca más sugerente y encantadora que pudiera imaginarse. Surcada por las líneas sonrientes de la mujer que sufre, vive y ve, y que no hacen sino aportar más hermosura a la naturaleza salvaje de tu porte.
Y aunque apenas si pude fijarme en la forma de tu cuerpo, pequeño y menudo, con dejes ágiles y otros no tanto, supe de la gracia de tus huesitos, de tus músculos, del cuello noble, de tus rodillas. Pero claro, bajo tanta ropa es un poco difícil. Bajo tanta ropa de tío, es un poco más difícil.
Sólo escúchame, sólo mírame, solo quiero que te saques los ojos y me los des. Sólo quiero que olvides tu yugo, la que te suprime de mi escrutinio. Sólo quiero que la olvides,
sólo quiero que la quemes,
que la mates
dentro
de ti,
para yo,
así como estoy
emputecida y radiante,
exija aquello que es mío.
Ocupar
te.