miércoles, 13 de febrero de 2013

Ayer te vi y me entraron ganas de suicidarme

Imagina una chica, vamos a llamarla V ; y un chico, B. Imagina también una situación:  V odia a B. El porqué es cosa mía. V va por la calle, andando, con la sudadera por las rodillas, muerta de frío. Un semáforo en rojo, un personaje delante suya esperando. V sigue por otro lado, ha tenido una reminiscencia. No, no es. Camina más rápido, los auriculares se le clavan en los oídos y el frío la azota sádicamente. Mira hacia atrás. El personaje deriva en su misma corriente, a lo lejos. ¿Es? V decide cambiar su ruta, no quiere parecer nerviosa, pero lo está. Más rápido. Ya está. Relaja el paso. Arranca la vista del suelo. Joder, no. El personaje aparece de frente, de frente y de la nada. Sí que es. Le palpitan las sienes. Mira. -Hola...-  Él ya la había visto, pero fingió sorprenderse. Claro que es; B en su total y plena presencia. -Hola, cuánto tiempo- Y tanto, el que me he dignado a evitarte. V estaba más o menos inmóvil. -¿Cómo te va?- Desvía los ojos hacia la farola. -Me va-  Hace que que no sé de tí, ¿Todo bien? ¿La universiblablablabla... - Preguntas de sí o no por respuesta. - ¿Estás bien?- Estoy - ¿Estás?- Sí - Me preocupas...- Está escrutándola, analizándola, intentando desnudar su psique. No lo soporto. V explota. Su furia obsequia en el rostro estupefacto de B un bofetón seco, cortante. - ¡A ver si te queda claro, de una puta vez! Déjame. Olvídame. No quiero encontrarme contigo, no quiero hablarte, no quiero saber de ti y no quiero que tú sepas de mí.  No quiero ser parte de tu vida, ni quiero existir en ella. No quiero que me recuerdes. No quiero ser nada, ni la mierda inaccesible de las esquinas  recónditas de tus odios olvidados, ni el silencio de tus ansias. Nada. ¿Oyes bien?      Nada.

Vacío. Me río. Claro que no, esto no ocurrió, pero V lo sentía más intensamente que la colgada realidad del momento. B se despidió con un sencillo bueno, cuídate y dos pasos más alejado de la pesadilla añadió - Llámame cuando estés libre...- Y fue en ese mismo y justo veredicto en el que V quiso cortarse las venas y desangrarse en su asquerosa miseria.
Dos personajes erraron, cada uno en su corriente, ésta vez sin compartirla. V esperaba no volver a hacerlo.

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La verdad es, que B nunca hizo nada malo, al menos destacado, dentro de los paradigmas de cualquier persona. Fue quizá su actitud canina, sus ojos melosos, la ternura implícita de sus palabras, el valor para declararse o el valor para quererla lo que suscitó en V una hostilidad cada vez más irrefrenable.
No, B no merece estos pensamientos. Pero aquí están, aflorando, como la sangre aflora  nacida de la cuchilla y V no siente remordimiento por ellos. Sólo los traga y los vomita. He aquí su catarsis.

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