jueves, 13 de junio de 2013

Ayer esos hermosos polvos que en polvo quedaron

He recordado la infinitud de una línea continua, dibujada sobre el manto asfalto y desierto. Quizás era madrugada, que los faros iluminaban ese destino guía con la luz de cada centímetro presente. Yo llevaba una botella de algo peligroso, que posaba en tus labios de matices segregados. Sí tú, inabarcable loco, eras el que dibujaba la línea continua entre mis piernas. Conductor kamikaze, veloz y eufórico animal por ese asfalto que Dios sólo sabe.
Los espíritus sollozaban a nuestra costa, que pobres sin consuelo, lamentaban nuestros nombres. Y nosotros, nosotros sólo amábamos el veneno que sugerían cetrinas nuestras carcajadas, cada vez más perturbadas.
Dejaste de lado el volante para salvarme. Socorriendo mi detestable hambre subterránea. Siendo tuya y devota, Mesías, con tu piadosa violencia; nos quemábamos sin pureza ni dicha. Transgredidos y desbocados en nuestro altar.
El coche erraba solitario, decidiendo cabalgar por el sur límite de nuestros costados.

Y nosotros caímos, nos quemamos; nos inmolamos en un fuego profano y sempiterno, como tú, como yo, como nuestra hambre y nuestro absurdo. Reencarnados en furia como lobos sanguinarios.

Y al amanecer, cantaban nombres los pobres espíritus, a aquellos rostros ceniza , huesos esteparios, implosionados rabiosos en su sacra pira.





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