domingo, 9 de junio de 2013

φίδι

Cala el sucio frío de los ojos de Circe, que es hechicera proscrita entre rascacielos y teclados. Da igual que tiempo o época subordine el mundo; el sucio frío de los ojos de Circe seguirá doliendo igual.

La conocí por casualidad, no sé en qué centímetro pretérito, que ella me agarró del cuello y me miró a los ojos, con el desafío animal de las arcaicas criaturas griegas.
Numen del Stigio, la invoco, porque esas manos fueron cinceladas para corromper lo incorruptible. Y ese hielo, para helar lo ardiente, y convertirse en fuego ardido, así, en participio.
Circe me sostenía entre las manos, con los dientes asomando, y las uñas clavando hijos de ira sosegada. Circe sonreía y Circe abrió la boca, que era cruel y hermosa, y la abrió ansiosa, porque Circe tenía hambre.

Y ya imaginarás cómo acabó todo. Dentro de ella, de esta bestia mística, hace frío.
Pero nada comparado como cuando vuelve los ojos hacia sus vísceras, hacia nosotros,
puesto que dentro de sus entrañas, no; no estoy sola.



No hay comentarios:

Publicar un comentario